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Leonardo Scampini #1

  • Writer: #ObraEmergente
    #ObraEmergente
  • Oct 26, 2018
  • 4 min read

INVASION EXTRATERRESTRE



Nunca había sido tan fácil conseguir una cita amorosa como en estos tiempos. Internet ha puesto en contacto a personas que de otro modo no se hubieran conocido jamás -sea que vivieran a una calle de distancia, en polos opuestos de la misma ciudad o separados por las fronteras de los países-, y ha suavizado el acercamiento.

Internet lima la aspereza del encuentro cara a cara, esquiva la difícil tarea de disolver las barreras físicas, le hace una finta al miedo que casi siempre entorpece las presentaciones. En el espacio web no hay barreras que se interpongan y lo primero que se ve del otro, es el alma. El individuo se expresa con mayor libertad mostrándose como en realidad es, o sacando de la manga, la carta de la persona que le gustaría ser.

Navegar con ese otro yo en la geografía virtual es un juego de niños; pero si al otro yo no se lo puede traer a superficie en el primer contacto físico, el compañero de chat quedará descolocado ante el notorio cambio de personalidad. Con Sandra me pasó exactamente eso: quedé fuera de línea.

Extrovertida, vivaz y resuelta en facebook, se mostró tímida, atascada y contenida en el mano a mano. En lo que hubo concordancia fue en la apariencia física. Su rostro era idénticamente bello al que había conocido por fotos, pero me había quedado corto en las previsiones sobre su cuerpo: cuando estuve frente a ella por primera vez, comprendí que sus encantos se ubicaban un paso por delante de mi imaginación.

Bajo las nuevas condiciones que el retraimiento de Sandra había instalado en el plano de lo real, la dificultad residía en recuperar la fluidez que la relación había cultivado en el espacio web. Por el vínculo mismo, y porque tras descubrir la magnitud de su belleza, el deseo de llevármela a la cama empezaba a convertirse en una idea fija.

Lo primero fue provocar el deshielo a través del humor, y lo segundo, recurrir al lugar común de familiarizarnos con nuestras respectivas historias personales y nuestras posiciones políticas. Los detalles de su vida me los guardo porque están marcados por ese tipo de tragedia que a nadie le gusta tener; en cuanto a sus creencias me adelanto a decir, que son del tipo que hacen suponer que algo no anda del todo bien en una cabeza.

Es de lo más normal creer que el poder está en manos del presidente de cada país, que en él recaen las decisiones, que todo pasa por su filtro; otra lectura aceptada

como normal es la que sitúa al poder real detrás del cargo político y en manos de los dueños de las corporaciones transnacionales. Para Sandra había un tercer nivel. En la trastienda de la autoridad política y del empresariado, estaban los alienígenas, seres que vienen de otro planeta y ocupan los cuerpos de las altas jerarquías de la humanidad para llevar a cabo sus terribles planes.

Anatómicamente similares a los reptiles, no se alimentan con materia orgánica sino tomando nutrientes de un tipo de energía -la negativa- que la especie humana emite. El poder no les interesa, ni la acumulación de capital. Su objetivo es sobrevivir y para ello necesitan generar estados depresivos en las personas, abundante onda negativa, cantidades industriales de mala energía. No se devaluó la moneda en Brasil, ni cayó la bolsa de valores en Tokio; no se agujereó la capa de ozono ni aumentó la temperatura de la Tierra; no se redujeron las fuentes de trabajo, ni apareció un nuevo virus letal, ni sucedieron los terremotos y las inundaciones de las que tanto hablan. Los reptilianos inventan esas noticias para que estemos todo el día amargados, tristes y con la cara estirada hasta el piso por el bajón. Los reptilianos siembran divisiones para que los humanos siempre estemos peleados entre nosotros y hagamos de nuestro habitat un lugar horrible. De esa radiación de energía nefasta ellos se alimentan, de ese vaho que emana de los cuerpos de la humanidad. Su platillo favorito es la gente al borde del suicidio. Con esa carga energética se nutren de omega 3 y un complejo vitamínico de lo más variado.

De todo eso hablamos y ella se sintió confiada. Luego cocinamos juntos, cenamos, y terminamos contándonos chistes y haciendo adivinanzas. En algún momento ella dijo: “Somos muchos hermanitos, en una sola casa vivimos, si nos rascan la cabeza, al instante morimos”, y como yo conocía la adivinanza, ni corto ni perezoso le pregunté: “¿si adivino me gano un beso?” Ella asintió y del beso pasamos a las sábanas y de las sábanas a una noche soñada.

Con el objetivo cumplido, mis pensamientos habían dejado de ocuparse de su escultural cuerpo para concentrarse en su peligrosa cabecita. Ella no tenía todos los patitos en fila y teniendo que pasar la noche a su lado, no pude evitar que un segundo antes de dejarme caer por el tobogán del sueño, un miedo me erizara la piel de sólo pensar en la posibilidad, que ella metiera un reptil en mi boca mientras estaba durmiendo.

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