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Leonardo Scampini #2

  • Writer: #ObraEmergente
    #ObraEmergente
  • Nov 23, 2018
  • 4 min read

CON LA MISMA MONEDA


Uno se acostumbra a que las cosas funcionan de determinada manera, entre los márgenes de una cierta rutina, en el pertinaz goteo de una regularidad. Uno sabe por ejemplo, que los chicos salen del liceo cerca del mediodía y que llegan a casa todos los días alrededor de las doce y media, que el jardinero viene los segundos y cuartos martes de cada mes, que el programa de radio preferido comienza a las ocho de la mañana.

Si el jardinero no viene el día en que se lo espera o el programa de radio no sale al aire, sería una señal de que algo no anda bien, de que una pieza se movió saliéndose del juego y provocando el desconcierto. Los sentidos se despabilan de la modorra del hábito y poniéndose en alerta, envian la nueva información al cerebro para que éste se pregunte "¿qué es lo que pasó?".

Si fueran los hijos los que no están en hora en la casa y se demoran más de la cuenta en llegar, al desconcierto se le suma la preocupación. En esas ocasiones, uno va dejando correr los minutos hasta que llegan a ser media hora y ahí comienza la reacción en cadena de llamar al liceo, a los compañeros de clase, a los amigos, y de salir desesperadamente a la calle para buscarlos con la cabeza puesta en lo peor.

La preocupación es la misma cuando ella no está en casa a la hora esperada, como sucedió por primera vez hace unos meses atrás. No recuerdo en qué cosa estaba entretenido cuando de pronto me invadió la sensación de que Mirtha estaba demorando demasiado. Miré el reloj y al ver que se había retrasado cerca de una hora, le envié un sms para saber si todo estaba bien. Ella me respondió casi en seguida explicándome que había muerto un compañero de trabajo y que en ese momento estaba en el velorio.

Me extrañó que no me mandara un mensaje para tenerme al tanto porque siempre suele hacerlo, pero me dije que un olvido lo tiene cualquiera y no le dí más vueltas a la cosa, hasta que al siguiente miércoles a la salida del gimnasio, volvió a llegar tarde a casa y otra vez sin comentarme, que tenía agendada una reunión para el té bingo con el que pretendían financiar la compra de las camisetas del equipo de fútbol femenino.

Algo comenzó a hacerme ruido pero pensé en coincidencias, en días difíciles, en cosas que a todos nos pasan. Claro que si la siguiente vez que concurría al gimnasio se volvía a demorar en llegar a casa, ya era para comenzar a suponer que algo raro estaba pasando. Y efectivamete se demoró. En esta última ocasión mucho más que en las anteriores, pero teniendo la delicadeza de avisarme que le había surgido una reunión de urgencia en el sindicato. Sintiéndome trampeado le contesté "¿De dónde salió esa reunión?" y aunque me explicó brevemente en un nuevo mensaje y quedó en contarme mejor cuando llegara a casa, la idea de que Mirtha tenía un amorío por ahí, comenzó a crecer con fuerza.

Sé que solo se trataba de una presunción y que no tenía ni media prueba pero si a sus excusas permanentes para explicar las llegadas tarde el mismo día de la semana a la misma hora, le agregaba el desgaste que percibía en la pareja en el último tiempo y lo distante que la venía sintiendo, todo parecía apuntar en dirección a la infidelidad.

Una cúmulo de sentimientos se me amontonaron y sentí que para mi cuerpo resultaban demasiados. Seguramente, especulé, es el único momento que les coincide a los dos para verse, y es tanta la desesperación por encontrarse, que ella ni siquiera tiene el tacto de hacer sus movimientos sin levantar sospechas. Sé donde es el gimasio, me dije, puedo seguirla el próximo miércoles para confirmar o tirar por la borda mi teoría, o puedo también contratar un investigador privado que no le pierda pisada.

Me decidí por esto último y dos semanas después, el investigador apareció con fotos de ella besándose con otro hombre en un auto, y filmaciones en las que se los veía entrando y saliendo de un hotel.

Es difícil explicar lo que a uno le sucede por dentro en esos momentos. Es una mezcla de sensaciones entre las que sobresale la certidumbre de que uno ha dejado de ser lo más importante para ella, de que uno ya es incapaz de darle en la casa lo que ella sale a buscar afuera. Pero también se me pasó por la cabeza que acaso a Mirtha le gustaba la variedad, y que fuera lo que fuera lo que le estuviera sucediendo, era imposible que me quedara quieto como si nada pasara.

Mis opciones eran: hacer las valijas e irme de casa, o hacer el mismo juego que estaba haciendo ella. Así que volví a abrir mi cuenta de Tinder y rápidamente contacté a varias damas solitarias. Con una de ellas nos conocimos personalmente y volvimos a vernos en varias ocasiones hasta aquella vez en que luego de cenar, le pusimos broche de oro a la noche en una habitación de hotel. Antes de ingresar nos quedamos jugando un rato en el auto, hasta que llegó otro coche del cual bajó rápidamente una pareja, y ahí nos decidimos a entrar.

Era miércoles y mientras atravesábamos la puerta de entrada, le dí una palmada a la cola de Mirtha, que venía entrando delante de nosotros y le dije: "hola amor, ¿venís seguido por aquí o nos encontramos de pura casualidad?

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