NÚMERO SEIS
No quiero sentarme, doctor.
No, no vine a repetir medicamentos.
Sí, ya me ha atendido antes. Hace más de un año que mes a mes me pregunta lo mismo. ¿No me oye? ¿No me ve? ¿Por qué no me mira?
Míreme a mí no a él. Soy yo quien le habla. Lo traje para que usted me prestara atención, porque jamás lo hace. Ya le dije que no quiero sentarme ni repetir el maldito chaleco químico con el que pretende convertirme en alguien normal, hediondamente normal como usted, que sigue mirándolo mientras yo le hablo.
¿Tiene calor, doctor? Su frente suda. Yo no siento calor ni frío. Yo nunca decía cuando tenía frío, cuando algo me dolía, estaba triste o con miedo porque eso es de débiles y en este mundo los débiles se joden siempre. Y cuando empecé a expresar lo que sentía… ¿pero piensa seguir mirándolo? A lo mejor cree que él dirá algo. Veamos si le habla al oído, tal vez quiera contarle un secreto… ¿y?...quizás en el otro oído… ¿lo oye?... ¿no? Entonces, míreme cuando le hablo.
Pida que enciendan el aire acondicionado, su camisa está empapada. Es raro, es invierno. El hombre del tiempo dijo que hay diez grados. A lo mejor usted no es tan normal como cree. Está transpirando en pleno invierno y en mangas de camisa.
Y ahora me mira como un tonto: la boca abierta y los ojos desorbitados. Y pasea su mirada de mí a él. ¿Entendió que no habla? ... ¿quiere verlo mejor?
Ahí lo tiene junto a su cara, rozándole la frente y usted con la boca abierta sigue sin verme; ¿quiere que le revise la dentadura? , pues sí…inferior…superior…paladar…
¡Mierda! Sólo le faltaba esto, debí suponerlo tan sudoroso y pálido, por lo menos no me salpicó con la inmundicia de su almuerzo ácido.
No le entiendo si balbucea ¿se siente mejor ahora?
¡Ajá!, cómo no me di cuenta, usted tienen un ataque de pánico. Tantas veces lo habrá diagnosticado… pero recién ahora lo siente. Es terrible, uno se siente morir ¿verdad?
Creo que ahora sí entendió: me mira y no puede quitar su mirada de mi rostro. ¿Me reconoce? Déjelo, no importa, no le entiendo y cuando intenta hablar se le escurren hilos de vómito por el mentón y aunque ya casi nada importa, siento asco.
¿Dónde está el corazón, doctor? Yo no siento el mío. ¿Sabe? Sus medicamentos enfriaron mi sangre.
Y la conciencia… ¿dónde está? La mía era muy impertinente pero ahora enmudeció. ¿Será un efecto secundario de las pastillas que usted me receta?¿ Será que olvidé tomar alguna? En fin, no importa eso ahora. El corazón…el suyo late rapidísimo, tenue pero acelerado. No se asombre, cualquiera puede tomar el pulso, hasta alguien fuera de lo normal como yo, según usted y su disciplina.
Cuando muera quiero que estudien mi cerebro ¿Tendrá un agujero negro que absorbió todas mis oportunidades de alegría? ¿Habrá una corteza dura donde se archivan el amor, la solidaridad, la ternura, que me devolvieron hechas piedra? ¿Es tan distinto del suyo y del de la gente-rebaño que ahora vive o vegeta por el mundo? No lo sabré pero que lo sepan quienes nos clasifican como animales del jardín zoológico.
Otra vez lo está mirando. Calma doctor, no tenga miedo, ya le dije que lo traje para que me escuchara, muéstreme el lugar exacto donde está el corazón. El mío. ¿Acá?
Puedo apretar el gatillo.
Gracias
Chau
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